François Dubet : «La escuela debe tratar bien a los vencidos»
François Dubet. Foto: ELISENDA PONS
Este experto en educación, uno de los más respetados en Francia, dice que el modelo escolar confeccionado a la medida de la nación se agota. La inmigración invita al ‘rediseño’.
NÚRIA NAVARRO
Este sociólogo sostiene que la escuela ha logrado ser democrática pero le falta ser justa. Y en esa lucha anda. François Dubet (Périgueux, 1946), director de estudios de la École des Hautes Études en Sciences Sociales, es autor de ensayos que han sacudido el sistema francés, como ‘La escuela de las oportunidades’ y ‘El declive de la institución’, publicados en castellano por Gedisa.
–Ha cambiado el paisaje en las aulas. Y a veces amenaza tormenta.
–Las escuelas están diseñadas a la medida de la nación. Pretenden formar buenos franceses, italianos o catalanes. Pero las cosas han cambiado. Urge construir programas para que todos puedan realizarlos.
–La atonía de algunos puede frenar el progreso de los otros, ¿no cree?
–Una escuela justa no es aquella que fabrica vencedores que tienen méritos, sino la que trata bien a los vencidos que no los tienen. Ellos poseen tantos valores humanos y sociales como los otros.
–Los exámenes no los evalúan.
–Yo soy partidario de no seleccionar a los alumnos hasta los 16 años. Hay que crear unidad. Luego ya empezará el combate. Porque si se comienza demasiado pronto, habrá una minoría excelente y una inmensa mayoría excluida.
–Buscar la excelencia no parece un mal propósito.
–Pero nunca se habla del 20 o el 30% de gente completamente incompetente. Si para producir un Albert Einstein o un Rafa Nadal hace falta que haya miles de cadáveres escolares, quizá es mejor que no se produzcan... La búsqueda de la élite ha causado en Francia una débil confianza en las instituciones y una baja estima en los alumnos. Y es a la élite a la que le interesa que eso ocurra.
–Eso, en el país de la libertad, la igualdad y la fraternidad...
–La escuela es ahora mejor que hace 50 años, cuando la entrada de mujeres, campesinos y obreros estaba vetada. Pero no se tiene en cuenta la realidad de las aulas. Por ejemplo, en 1970 la escuela pasó a ser mixta, la adolescencia y su revolución hormonal entraron en los centros, pero nadie previó hasta qué punto eso cambiaría las cosas.
–A la mezcla de sexos se suma ahora la diversidad de culturas.
–La escuela del siglo XXI debe ser común, eficaz en términos económicos –si los alumnos sienten que el diploma no les sirve, dejarán de ir–, y cumplir una función moral: formar individuos generosos y abiertos.
–¿Existe ya algún modelo que reúna tanta virtud?
–La escuela escandinava no está mal. Los niños van contentos, tiene un buen nivel y más igualdad. ¿El secreto? En los países protestantes el maestro no es el sucesor del cura.
–¿Qué quiere usted decir?
–Los países en los que el sistema educativo falla son aquellos que tienen una relación teológica con la escuela. Al ser una institución creada por la iglesia, creemos que tiene un deber sagrado: salvar el mundo.
–¿No exagera un poco?
–No. Esperamos que la escuela fabrique igualdad de oportunidades, determine la competencia del individuo, reemplace a la familia, integre a las minorías. ¡Eso no es razonable! Prestaríamos un gran servicio a la escuela no esperando de ella que arregle todos los problemas sociales.
–Algunos los puede suavizar.
–En Francia todo pasa como si hubiéramos renunciado a reducir las desigualdades sociales. Nos conformamos con decir: «Gracias a la escuela, los pobres podrán volverse ricos». ¡Es falso! Primero, porque los pobres se desenvuelven peor en la escuela, y segundo, porque los ricos no están dispuestos a cederles el puesto.
–Lo justo sería que mandara el mérito. Pero usted no está de acuerdo.
–Lo que no es justo es que las notas definan todos los méritos escolares. La escuela se concentra en el primero en matemáticas, pero se desentiende del amable, que socialmente resulta muy útil. ¡Eso es un regalo para las clases acomodadas! Además, desde la perspectiva del individuo, el mérito es muy violento.
–¿Violento en qué sentido?
–Hace 50 años un niño obrero podía decir: «No he tenido éxito en la escuela por culpa del sistema capitalista y burgués». Hoy la escuela meritocrática le condena a decir: «Si no he tenido éxito en la escuela es porque soy nulo». Y eso lo vuelve violento contra los educadores, y aumenta el absentismo.
–Y encima hay crisis de autoridad.
–Cada alumno debe percibir su centro como una comunidad política en la que existe una ley y esa ley se debe respetar. Por su parte, los profesores deben estar presentes.
–Los que, a veces, no lo están son los padres.
–Hay voces que reclaman la vuelta al hogar de la mujer, pero eso no pasará. Por tanto, la escuela debe acoger, hacer sentir al niño que en ella se hace más inteligente y más libre. El problema, insisto, es que el objetivo es tener éxito en la competición...
–Las escuelas están diseñadas a la medida de la nación. Pretenden formar buenos franceses, italianos o catalanes. Pero las cosas han cambiado. Urge construir programas para que todos puedan realizarlos.
–La atonía de algunos puede frenar el progreso de los otros, ¿no cree?
–Una escuela justa no es aquella que fabrica vencedores que tienen méritos, sino la que trata bien a los vencidos que no los tienen. Ellos poseen tantos valores humanos y sociales como los otros.
–Los exámenes no los evalúan.
–Yo soy partidario de no seleccionar a los alumnos hasta los 16 años. Hay que crear unidad. Luego ya empezará el combate. Porque si se comienza demasiado pronto, habrá una minoría excelente y una inmensa mayoría excluida.
–Buscar la excelencia no parece un mal propósito.
–Pero nunca se habla del 20 o el 30% de gente completamente incompetente. Si para producir un Albert Einstein o un Rafa Nadal hace falta que haya miles de cadáveres escolares, quizá es mejor que no se produzcan... La búsqueda de la élite ha causado en Francia una débil confianza en las instituciones y una baja estima en los alumnos. Y es a la élite a la que le interesa que eso ocurra.
–Eso, en el país de la libertad, la igualdad y la fraternidad...
–La escuela es ahora mejor que hace 50 años, cuando la entrada de mujeres, campesinos y obreros estaba vetada. Pero no se tiene en cuenta la realidad de las aulas. Por ejemplo, en 1970 la escuela pasó a ser mixta, la adolescencia y su revolución hormonal entraron en los centros, pero nadie previó hasta qué punto eso cambiaría las cosas.
–A la mezcla de sexos se suma ahora la diversidad de culturas.
–La escuela del siglo XXI debe ser común, eficaz en términos económicos –si los alumnos sienten que el diploma no les sirve, dejarán de ir–, y cumplir una función moral: formar individuos generosos y abiertos.
–¿Existe ya algún modelo que reúna tanta virtud?
–La escuela escandinava no está mal. Los niños van contentos, tiene un buen nivel y más igualdad. ¿El secreto? En los países protestantes el maestro no es el sucesor del cura.
–¿Qué quiere usted decir?
–Los países en los que el sistema educativo falla son aquellos que tienen una relación teológica con la escuela. Al ser una institución creada por la iglesia, creemos que tiene un deber sagrado: salvar el mundo.
–¿No exagera un poco?
–No. Esperamos que la escuela fabrique igualdad de oportunidades, determine la competencia del individuo, reemplace a la familia, integre a las minorías. ¡Eso no es razonable! Prestaríamos un gran servicio a la escuela no esperando de ella que arregle todos los problemas sociales.
–Algunos los puede suavizar.
–En Francia todo pasa como si hubiéramos renunciado a reducir las desigualdades sociales. Nos conformamos con decir: «Gracias a la escuela, los pobres podrán volverse ricos». ¡Es falso! Primero, porque los pobres se desenvuelven peor en la escuela, y segundo, porque los ricos no están dispuestos a cederles el puesto.
–Lo justo sería que mandara el mérito. Pero usted no está de acuerdo.
–Lo que no es justo es que las notas definan todos los méritos escolares. La escuela se concentra en el primero en matemáticas, pero se desentiende del amable, que socialmente resulta muy útil. ¡Eso es un regalo para las clases acomodadas! Además, desde la perspectiva del individuo, el mérito es muy violento.
–¿Violento en qué sentido?
–Hace 50 años un niño obrero podía decir: «No he tenido éxito en la escuela por culpa del sistema capitalista y burgués». Hoy la escuela meritocrática le condena a decir: «Si no he tenido éxito en la escuela es porque soy nulo». Y eso lo vuelve violento contra los educadores, y aumenta el absentismo.
–Y encima hay crisis de autoridad.
–Cada alumno debe percibir su centro como una comunidad política en la que existe una ley y esa ley se debe respetar. Por su parte, los profesores deben estar presentes.
–Los que, a veces, no lo están son los padres.
–Hay voces que reclaman la vuelta al hogar de la mujer, pero eso no pasará. Por tanto, la escuela debe acoger, hacer sentir al niño que en ella se hace más inteligente y más libre. El problema, insisto, es que el objetivo es tener éxito en la competición...