jueves, 4 de febrero de 2010

¿Europa des-almada?

Entrevista a Edgar Morin


JUAN CRUZ
EL PAÍS 31/01/2010

Es muy estimulante sentarse en la misma mesa que Edgar Morin, el
sociólogo francés, acaso uno de los intelectuales más hondos y agudos
del mundo. Tiene 88 años. Cuando le vimos en su casa de París, a
mediados de enero, rodeado de libros, de apuntes, de objetos de
escritorio, de voluminosos dosieres sobre todos sus saberes y sobre
gran parte de sus preocupaciones, estaba a punto de hacer un viaje a
Brasil. Empezamos hablando de los contrastes que hay entre el
continente al que iba a dirigirse y esta vieja Europa sobre la que
tanto ha reflexionado. Morin fue comunista, resistente, es un
intelectual que tanto ha trabajado sobre el cine como sobre las
migraciones; es un filósofo de la vida cotidiana, un activista
cultural que ha trabajado para la educación en todo el mundo. Algunos
de sus títulos son autobiográficos, como Vidal y los suyos, donde
rescata la memoria de su padre, testigo, como él, de tiempos convulsos
de los que él aprendió “a reír, a llorar, a amar, a comprender”. Con
el autor de La complejidad humana íbamos a hablar de Europa, para qué
sirve.

Pregunta. Se va a Brasil. Como decía Stefan Zwieg, “el país del
futuro, y siempre lo será”. Y aquí estamos hablando de Europa. Ahora
América parece más vital que Europa. ¿Qué le pasa a Europa?

Respuesta. Sí, hay un contraste entre la vitalidad de varios países de
América Latina, y lo que sucede en Europa. Allí hay vitalidad para
plantear los problemas, e incluso para resolverlos, mientras que aquí
todo parece estar en letargo, como si Europa sufriera una esclerosis.
Yo esperaba de Europa un renacimiento, un renacimiento intelectual,
político y social. Y lo que tenemos delante es una regresión que
impide buscar el camino del porvenir.

P. ¿Y qué ha pasado?

R. No debemos olvidar que desde su origen la idea europea, heredada de
la Segunda Guerra Mundial, era la de acabar con el suicidio europeo.
Se hacía una unión para acabar con las guerras. Y el núcleo de esa
idea eran Alemania y Francia, los enemigos principales. Y cuando se
puso de manifiesto la defensa de la unidad, los propios poderes se
resistieron. Los nacionalismos impidieron la construcción de una
especie de confederación. Pero hubo un despegue económico y Europa
hizo su construcción sobre una base económica…

P. Era positivo, al fin y al cabo…

R. Sí, pero empeñó el desarrollo de una comunidad política. Así que
cuando en los últimos años se llegó a la conclusión de que había que
llegar a un acuerdo político, surgieron dos obstáculos. Era muy
difícil integrar a los países que habían sido de la órbita soviética,
cuya economía no estaba al mismo nivel de los países que ya eran
miembros. Eso impidió una adhesión sentimental fuerte de esos países.
Además, la segunda guerra de Irak demostró que había dos mentalidades:
los franceses y los alemanes pensaban que ésta era una guerra idiota,
perversa, pero muchas democracias ex soviéticas pensaban que Estados
Unidos era el liberador de la dictadura de Sadam Husein; tenían una
visión positiva de esta guerra, y nosotros teníamos una visión
negativa.

P. Y esto hace que hoy tengamos dificultades para hacer una política común.

R. No hay más que verlo. Ante la cuestión de Israel y Palestina, así
como sobre todas las cuestiones mundiales, la impotencia de la Europa
política y militar es absoluta. La guerra de Yugoslavia acabó con la
intervención de EE UU; la cuestión de Kosovo se arregló más o menos
bien con la intervención norteamericana… Eso significa la impotencia
total de la Europa política, y esto es un fracaso. Así que ahí tenemos
a Europa: un éxito económico, un fracaso político.

P. Al que contribuye la desintegración de la izquierda.

R. Había una cultura, la cultura socialista, la cultura comunista, que
en cierto modo era la continuación de la cultura de la Revolución
Francesa: igualdad, hermandad, solidaridad… La laicidad social, la
idea republicana de la educación. Había en Europa, con esos partidos
de izquierda, un pueblo de obreros, de campesinos, de intelectuales,
que se sentía de izquierdas. Pero ahora se ha desintegrado la cultura
de la izquierda. Y esto es una crisis terrible porque pone de
manifiesto la falta de renovación de un pensamiento que diagnostique
los tiempos actuales. Yo hice un libro, Política de civilización, con
el objeto de ofrecer datos para un nuevo contenido de la izquierda,
pero los partidos están ocupados en otras cosas.

P. ¿A qué da lugar este fracaso de la izquierda?

R. Esta crisis permite el éxito de Berlusconi o de Sarkozy… Pero si
hay una izquierda con vitalidad, todavía, ésa es la que hay en España…
A mí Zapatero me ha parecido un hombre muy valioso, pero temo que la
crisis haga pagar al Partido Socialista. Vamos a ver qué ocurre.

P. Usted dijo, en noviembre, en Madrid, que se sentía pesioptimista en
relación con lo que sucede en el mundo. Y Felipe González utilizó su
expresión para referirse a la situación europea… ¿Qué pesa más en
usted, el pesimismo o el optimismo?

R. La impresión que tengo es que, para buscar soluciones a lo que
sucede, encuentro mentes más dispuestas en América Latina que en
Europa. Pero no siento que esto refleje, por mi parte, una
desesperación. En mi concepción de la vida conviven lo probable con lo
improbable. Lo improbable ocurrió en la historia, y hay que esperarlo.
Hasta ahora Europa no ha producido una política común con respecto a
los problemas ecológicos de la biosfera, pero existe la posibilidad de
que lo haga. Con respecto a los países del Sur, Europa se manifiesta
como demasiado egoísta. Pero puede haber síntomas invisibles de
cambio… Hay ciudades en las que la sociedad civil trabaja para la
renovación, como Viena, Friburgo o Heidelberg… Hay en Europa muchas
cosas positivas, pero no tienen conexión unas con otras.

P. Publicó usted en Le Monde y EL PAÍS una especie de manifiesto,
Metamorfosis, en el que cifraba sus esperanzas de cambio. ¿Cómo debe
manifestarse esa esperanza en Europa?

R. Esa esperanza se cifra en que Europa se despierte. Pero está más
sonámbula que despierta. Claro que puede llegar un día un presidente
que tome la iniciativa; y por supuesto que hay que tener en cuenta que
en Estrasburgo también se toman decisiones positivas. Yo no puedo
exagerar mi optimismo; me quedo con la idea de que la situación no es
positiva, pero no se pueden eliminar las posibilidades buenas.

P. En 1987, su idea era que Europa fuera la catalizadora de un
concepto cuyo único enemigo era la desunión. Pero ahora prosperan los
particularismos.

R. Sí, es evidente que hay muchas regresiones nacionalistas. Mire lo
que sucede en Holanda, que era un país de tradicional tolerancia. ¡Ahí
se ha producido una reacción nacionalista terrible! Y observe lo que
sucede en Francia con los inmigrantes sin papeles. ¡Eso no podía
ocurrir en el pasado! Aquí ha habido una tradición de hospitalidad,
que no era puramente política, con los inmigrantes. ¡Ahora no se les
considera como personas! Los factores más regresivos de Europa tienen
que ver con la cerrazón étnica, nacionalista y religiosa. Mire lo de
Suiza, con la prohibición de los minaretes, ¡como si fueran un
peligro!

P. Así se presenta el islam.

R. Y aquí hay islam. Hay un islam europeo. Hay un islam europeo en
Alemania, con los turcos; hay un islam europeo muy antiguo en
Bosnia-Herzegovina y Kosovo, y todos esos países que eran del antiguo
imperio turco… En España hubo un islam durante ocho siglos, y también
lo hubo en Europa, con la dominación turca… Así que hay un islam
europeo. ¿Qué sentido, pues, tiene no reconocer a Turquía? Mucha de la
resistencia proviene de la idea de que Europa es algo así como una
propiedad del cristianismo… La democracia no es cristiana: viene de
los griegos; la ciencia no es cristiana; la técnica no es cristiana;
la Europa moderna no es cristiana. La idea de laicidad se encuentra en
otras civilizaciones. Así que creo que la idea de hacer de Europa como
una ciudadela cristiana es una idea equivocada.

P. ¿Y este rechazo a abrirse a otros es señal de una debilidad?

R. Creo que esa dificultad de integración viene sobre todo de la
pérdida de un sentido de la seguridad mundial que radicaba en el
progreso como ley de la historia. Pero desde que cayó el Muro y
fracasó la Unión Soviética, esa ley típicamente europea se mundializó,
llegó la crisis occidental, se produjo una gradación de los peligros,
y el futuro se convierte en incertidumbre. Es el miedo del futuro. Y
cuando no hay más futuro que el presente, el presente se convierte en
un tiempo de peligro. Y se produce una regresión al pasado, a las
raíces de la identidad religiosa, entre otras. Y ahí entra el miedo a
los negros, a los asiáticos, el viejo miedo casi racista a perder la
pureza de la identidad…

P. ¿Cree usted que el alma de Europa se está volviendo mezquina?

R. El alma verdadera de Europa es la problematización, la existencia
de una mente crítica y autocrítica. Viene del Renacimiento, de
Montaigne… El alma de Europa es problematizar, interrogar: no quedarse
nunca dormida. Toda la historia del pensamiento europeo es una
búsqueda de verdad, una pesquisa ininterrumpida de la verdad. Y el
alma de Europa se encuentra, a partir del siglo XVIII, en las mujeres,
en la música y en la poesía, porque el mundo varonil se concentra en
la guerra, en la economía, en la conquista del poder material. Y lo
mejor de Europa se queda en las mujeres que, como aristócratas o
burguesas, tienen sus salones y ahí favorecen a los poetas, a los
músicos. Pienso que el alma de Europa se ve, a partir de ese siglo
XVIII, en poetas como Shelley, Novalis, Hölderlin, Rimbaud, entre los
escritores y, entre los músicos, Beethoven, Mozart, Schuman… Ésa es el
alma de Europa.

P. Pero ese espíritu está flotando por ahí…

R. Sí, por supuesto. Pero no olvidemos que para revitalizar se
necesita un poco más de feminidad, de poesía, un poco más de arte. Hay
que tener entusiasmo, razones para reiniciar una esperanza colectiva
en los jóvenes, en las mujeres, en los hombres… Hay un montón de
buenas voluntades, pero la buena voluntad sin esperanza queda
desocupada. Y esa desocupación de la buena voluntad genera
desesperación ante la barbarie.

P. ¿Cree usted que estamos en un momento de fracaso de la idea de Europa?

R. Estamos en un momento de fracaso de la ambición política y
cultural, pero ante un cierto éxito económico y de las mentalidades.
Porque antes había un gran desprecio de los franceses hacia los
alemanes, y viceversa; y una visión estereotipada de los franceses
hacia los italianos, del mismo modo que había visión de los españoles
como gente que siempre andaba tocando castañuelas… Ya no existe una
actitud belicosa o agresiva entre los europeos; curiosamente, esa
actitud belicosa se da ahora contra los magrebíes, africanos y otros…
Pero entre europeos ya es otra cosa. Así que no es un fracaso total.

P. Quedan todavía elementos de utopía.

R. Utopía… Antes de la Segunda Guerra Mundial, la utopía era hacer una
Europa común; para que se hiciera fue necesario arrostrar un peligro
muy grande. Ahora ya ve lo que ha pasado en Copenhague, en la cumbre
del clima: no se ha avanzado quizá porque los políticos no han visto
aún un peligro demasiado fuerte. Parece como que, si no hay riesgos,
no se reacciona…

P. Curioso que sean los peligros los que obliguen a las soluciones…

R. Es lo que decía el poeta Hölderlin: “Donde crece el peligro crece
también la salvación”.