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Gustav Klimt: Friso de Beethoven, en la Secesión de Viena |
Una niña desnuda de Klimt quedó hipnotizada por un reflejo de oro que tomó cuerpo como luz y que, partiendo desde la última pared longitudinal a la derecha, le tendió su mano. Por un instante dudó si tomarla: las fuerzas primigenias habían querido atenazarla e impedir que siguiera adelante. Aquellos dedos en flor de luz la invitaban ahora a perseguir de nuevo su ansia de felicidad.
De repente se descubrió a sí misma sorprendida por una imagen gigante de la Poesía... Un cúmulo de cavilaciones empezó a rondar por su corazón y su cabeza: ¿podría hallar en el cartel de aquella imagen sentimientos de amor, alegría, felicidad? El himno de la alegría de Beethoven resonaba en las cavidades de su cerebro y no cesaba de dibujar líneas en caracol en sus oídos. Ella se entregó y se fundió con la poesía, la música, la pintura, la escultura... y entonces supo que el amor podía estar a un paso del arte y decidió continuar.