Lamia, de Herbert James Draper.
Enterrada entre muertes subterráneas
en túmulos secretos bajo tierra
en cuevas excavadas desde adentro
en nacimiento y muerte reincidentes
en su profundidad y en sus misterios.
Cada cueva una entrada a los infiernos,
cada gruta un vientre que genera
en el saber del mundo de los muertos
el renacer en muerte iniciática
en esta Madre Tierra tan oscura.
Suma sacerdotisa concebida
del vientre de una madre y de su pecho
la Lamia alimentándose de muerte
sacrílega de Lilith con calor
que asciende desde el centro de la tierra.
Y en su mano su espejo de la noche
de la mano de espejos de la luna
reflejando leyendas femeninas
de mundos mitológicos y mágicos
de imagen del pasado apareciendo
en visión en futuro adivinada.
Y en su mano su peine como un barco,
el peine con que peina su melena,
su mano como un barco en sus cabellos
surcados, penetrados por los remos,
cabellos como agua en superficies
de la laguna Estigia que está llena
de colas descarnadas de los peces,
de raspas de los peces, de esqueletos,
de huesos de los huesos que no han muerto
de púas de los peines de la vida
en peines y en espejos de la muerte,
en peines y en espejos y en espinas
de un tiempo de traspaso por la vida
del tiempo sin el tiempo sin la muerte
viviendo y muriendo en muerte viva,
muriendo y viviendo en viva muerte…