Marie Josèe Croze, ángel de la muerte en
Las invasiones bárbaras, de Denys Arcand.
Las invasiones bárbaras, de Denys Arcand.
Se sentaron los ángeles demonios
una tarde con copas de ambrosía
a debatir si nombres o adjetivos
u oraciones pudieran dar sentido
a un debate de dar cuenta y razón.
Buscando sustanciar luces y sombras
probaron a enunciar palabras de otros:
aquellos que describen pensamientos,
aquellos que postulan los valores,
aquellos que dan vida a las mentiras...
Como un juego de cartas-arquetipo
empezó la partida, y al principio
barajaron, sentaron los supuestos.
Y al cabo acordaron sostener
un pulso entre contrarios entre títulos.
Un título formula una apuesta,
un eco fascinante, primigenio
vestigio que ha dejado un creador
al recoger el flujo de las voces
sabiendo y no sabiendo ser feliz.
Nada como el cine en nuestro tiempo
para apagar las luces de la sala
y ver pasar las sombras otra vez.
Sabiendo que no es cierto, un jugador
lanzó sobre el tapete la película
Las invasiones bárbaras, de Arcand.
Hubo quien exigió establecer
la reglas del debate nuevamente;
pero ya esa baza estaba en juego
y aquellos predicados nominales
que buscan atribuir significados
formularon hipótesis y tesis
discutiendo incluso conceder
el preciso espacio a la síntesis,
el tiempo y el espacio que se crean
para crecer en círculo espiral.
Las invasiones bárbaras ha sido
una confesión.
Las invasiones bárbaras ha sido
una convulsión.
Las invasiones bárbaras ha sido
una conmoción.
Las invasiones bárbaras ha sido
y es y quiere ser imagen dual:
el duelo entre contrarios que nos duele
y el duelo entre contrarios que nos place...
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