lunes, 16 de febrero de 2015

Sirena de cristal...

Foto: Àngel S. Martínez



XX
  
¡Qué cielo incendiado enardecido,
qué cielo de silencio sepulcral!

¡Qué caos repentino que en silencio
altera las estrellas y la mar!

¡Qué caos de improviso, qué silencio
que altera las estrellas que ahora tiemblan!


¿Qué lágrima de limo se decanta
del cielo deslizándose hacia el mar?
¿Qué caos creativo cruza el cielo
que inunda con su llanto hasta la lluvia?
¿Qué caos inaudito curva el tiempo
que cubre cada hueco, cada duna,
cada montón de arena de la playa?


Absorto y empapado el pescador
contempla cómo el cielo se desprende
del trozo de una estrella hasta la orilla...
Y ve cómo se abre en abanico
aquel trozo de cielo, aquel cristal,
aquella caracola de colores
de luz depositada en la arena.

Sus ojos y sus pasos se dirigen
en pos de aquel cristal, aquella estrella,
aquel trozo de estrella tan extraño
que se abre en abanico y se refracta
cual prisma dispersivo en arco iris
del rojo hasta el violeta en siete rayos
de luz, de la luz blanca de la sal.


¿Y esta sirena habrá también caído
del cielo como estrella de la mar?

¿Quería aquí venir ella quizá
o puede que tal vez se haya perdido?

¿Y al salir de la mar se habrá quedado
sentada en una roca de la orilla?


Dan vueltas las preguntas, las ideas
en la mente febril del pescador.
De momento decide, ha decidido
aquel cristal llevarle a la sirena,
recoger el regalo y la magia
y entregárselo así a la sirena
cual si fuera una ofrenda de esta Tierra.

Sabe que quien regala realmente
es quien es el objeto del regalo,
que origina el regalo la sirena.
Por eso se decide a entregarle
aquel trozo de cielo, aquel cristal
de luz a la sirena de la sal,
 un regalo de luz a la sirena.


Y de pronto la voz de la sirena…

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