Foto: Àngel S. Martínez
XVI
Arrebatadamente derrumbando
la altura del montículo del mar.
Las conchas, caracolas y otras gemas
de sal salen al tacto de los dedos.
Dos dedos decididos por delante,
dos ojos que los siguen ciegamente.
Y el Sol sobre la sal, sobre la arena,
la luz que se ha encendido que acompaña
el trance de la Luna que comparte
el manto de los cielos tan temprano,
el manto de los cielos tan tardío,
la cúpula en los cielos día y noche,
la cúpula en los cielos pincelada.
El aire se respira renovando
la imagen que se exhala en el paisaje:
imagen por las manos renovada,
imagen por los dedos acunada,
imagen por los ojos resguardada,
imagen al cuidado de dos dedos,
dos dedos decididos y una imagen.
Las conchas, caracolas y otras gemas
de sal salen al tacto de dos dedos.
Los ojos van detrás, van observando
un nuevo zigurat sobre la arena,
un nuevo zigurat, que gema a gema,
va creciendo, va haciéndose gemelo
del otro que ha crecido justo al lado.
¿La mar es constructora de edificios
con círculos de arena en zigurat?
¿Las gemas regaladas de la mar,
las algas y las conchas, caracolas,
las piedras, las halitas de la sal
se mezclan y entremezclan de manera
que crecen y han crecido y decrecen
y forman pasadizos de espirales
de edificios adláteres de azar?
La altura de un depósito, un montículo
se derrumba a la vez que crece en otro
sin orden ni concierto conocido…
Podría aquí pararse el pescador,
podría decantarse por la muerte,
el sosiego en su máximo equilibrio,
la vida suspendida de la muerte…
Pero escoge, ha escogido el arrebato,
el riesgo de vivir la vida incierta,
el tesoro que oculte la belleza…
Por eso ahora deshace y rehace
montículos del poso de la mar,
dos dedos decididos por delante,
dos ojos que los siguen ciegamente…
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